El periodico Mediterraneo 8/6/2014

Existen, o quisiera pensar que existen, momentos que determinan de un modo u otro nuestro gusto. Detalles que, a priori, resultan insignificantes pero que nos marcan en lo más profundo de nuestro ser hasta el punto de (re)educar los sentidos. Solemos tildar esos instantes como “experiencias” y configuran quiénes somos.

El escritor Eduardo Halfon buscaba en su obra El ángel literario el momento exacto por el cual cuatro autores que idolatra decidieron convertirse en escritores. Esta es una difícil cuestión, mas a la hora de intentar concretar o matizar el instante preciso, si es que tal cosa se produce --¿un escritor nace o se hace?--. No obstante, si cada uno de nosotros, seres de a pie, realiza un ejercicio de introspección o simplemente repasa algunos hechos de su vida, creo en la posibilidad de dibujar un pequeño esbozo de su personalidad y cómo ésta se configura. Comprender quiénes fuimos para saber quiénes somos, ahora.

Ortega y Gasset decía que el tonto es vitalicio y sin poros. Y como yo nunca quise ser tonto --e imagino que muchos de ustedes tampoco--, tomé una decisión: aprender, “mirar al mundo con los ojos dilatados por la extrañeza”. Adentrarme en la música de Sergei Rachmaninov, entre otros grandes maestros, me permitió en su día ir despertando. Su música, de espíritu emotivo, melancólica y apasionada, me embriagó.

Heredero de Liszt y Tchaikovsky, el último compositor romántico fue, además, uno de los pianistas más influyentes del siglo XX y también del XXI; negarlo sería una tontería. Sus conciertos para piano y orquesta son auténticas obras maestras, como así lo demuestra su Concierto para piano nº 2 en Do menor, Op. 18, quizá su obra más célebre, una pieza clave que significó su regreso triunfal después de tres años de sequía creativa, de enfermedad y depresión.

Rachmaninov escribió en el año de 1900 uno de los conciertos más emotivos y sentimentales compuesto nunca. Una obra casi autobiográfica que traslada a quien lo escucha a las duras circunstancias que tuvo que sufrir hasta culminar esta espléndida joya musical. La impetuosidad juvenil de sus primeras piezas dio paso a armonías y melodías líricas e intensas que, con el tiempo, he ido asimilando hasta el punto de saberme capaz de permanecer un tiempo interminable bajo ese estado de contemplación llamado deleite.

CITA SOLIDARIA

El próximo domingo, 15 de junio, a las 19.30 horas, la Orquestra de Vents la Simfònica de Llevant ofrecerá en el Auditori i Palau de Congressos un concierto muy especial, ya que tienen la oportunidad de ayudar a los sectores más necesitados de nuestra sociedad, las personas con discapacidad.

El conjunto instrumental, que cuenta para la ocasión con la colaboración de la Fundación Dávalos-Fletcher, el Ayuntamiento de Castellón, la Diputación Provincial y CulturArts, pensó que la mejor manera de prestar apoyo era organizar una actuación que sirviera para captar fondos. Así, con ese objetivo en mente se celebrará este recital a beneficio de la Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica (COCEMFE) de Castellón; recital, por cierto, que comenzará con la interpretación de ese Concierto para piano nº 2 en Do menor, Op. 18, de Sergei Rachmaninov.

Bajo la dirección artística de Juan Conill, el pianista Joaquín Fabregat se erigirá como protagonista en la primera parte de la cita, pues será el encargado de ponerse en la piel (y mente) del genio brillante de origen ruso. El reto es significativo. Esta pieza ha sido --y sigue siendo-- el “caballito de batalla” de grandes pianistas como Benno Moiseivitch, Walter Gieseking, Arthur Rubinstein, Alexis Weisemberg, Vladimir Ashkenazy, Felicia Blumenthal, Daniel Barenboim, Alexander Brailowsky, Yefim Bronfman van Cliburn, François R. Douchable, entre muchos otros grandes maestros. Y es que existen composiciones las cuales a través de la historia musical se han constituido en verdaderos hitos para la sociedad amante del arte de combinar los sonidos. Este ‘Concierto para piano nº 2’, de Rachmaninov, es uno de ellos.

SEGUNDA PARTE

La batuta de Conill, acompañado por la coral L’Acadèmia l’Orfeu, realizará un salto en el tiempo y en el espacio en la segunda parte de su actuación. En el tiempo porque interpretarán una obra que Johan de Meij compuso en el año 2006. En el espacio porque se trata de su Sinfonía nº 3 Planet Earth, quizá la máxima expresión de su compositor. Básicamente toda la composición es una descripción de diferentes aspectos del planeta Tierra. Por el título, uno puede relacionarlo ‘ipso facto’ con el trabajo de Gustav Holst Los Planetas, obra que ha servido de inspiración a muchos autores contemporáneos. En esta pieza, de 1916, el compositor ingles se ocupa de todos los planetas del Sistema Solar --al menos de los conocidos su momento--, menos de la Tierra. Así, de Meij continua con la composición de Holst justo donde la dejó. No solo en sentido figurado sino también literal, ya que la obra ‘Los Planetas’ termina con un coro femenino y la gran orquesta. Desde aquí parte el compositor holandés con una instrumentación y atmósfera similar.

Dos grandes obras para una gran causa. Música poderosa.